Sintió el click del mecanismo de la puerta, dió dos pasos mientras se tapaba la cara ahogando un bostezo. Y se paró. Primero se enarcaron las cejas. Después los ojos se le abrieron más grandes que nunca. De su boca quiso partir un grito, pero nada. Algo lo agarró de la muñeca derecha. La mano izquierda dejó caer los papeles y rasguñó la pared del ascensor tratando de salvarlo. Pero no.
En las charlas del día siguiente no fue “Silvio Blásquez”. Sólo fue “uno más de los pasantes que desaparecieron luego de su primer día de trabajo”. Nadie notó los arañazos en el ascensor hasta hoy. Subí y apreté el botón de “subsuelo”. Sentí un leve malestar. Archivo éstos papeles y me voy a mi casa tranquilo.
Diego M